1 ago 2013

Lo efímero

La efimeridad de una sensación.



Sea cual sea la sensación que te ataque esta noche, ten en cuenta su efimeridad; su capacidad para desaparecer de un momento a otro, y renovarse en la mañana siguiente. Esa capacidad, que ojalá pudiesen tener los recuerdos que nos traen esas emociones, es un tanto perturbadora. Recordar quizás un recuerdo con alegría en el momento adecuado es una experiencia reconfortante, pero pasado el tiempo, ese mismo recuerdo puede convertirse en un puñal que busca ávido el pecho, y nosotros, de seguro, no haremos nada para evitar la también efímera puñalada.

La tremenda sensación de la que caemos presa cuando un objeto poseído, amado, querido, pasa obligatoriamente a lista de cosas por olvidar, es quizás reemplazada, años -y quizás muchos años- después por la vaga certidumbre de haberlos vivido, y el dudoso acto de haberlos apreciado en ese instante. Esta incongruencia, esta ironía, donde hasta el amor -acto idílico entre dos seres dispuestos a vivir el uno por el otro- puede convertirse en dolor, y el dolor puede convertirse, de un momento a otro, en amor verdadero, nos provoca esa sensación de incertidumbre con nuestras propias vidas, una sensación difícil de ocultar, y hablo de ocultar porque quiérase o no, siempre está ahí, cobijada entre los telones de cada acto que se cierra o se abre en nuestro concierto, que por cierto es el único que daremos.
La finitud del momento contrasta con la aparente infinitud del recuerdo, este concepto provoca una colisión donde lo finito pelea a muerte con lo aparentemente infinito, un cúmulo de sensaciones que desembocan en muy variadas opciones: Superación, dolor, depresión, miedo, trauma, risa, llanto, alegría, euforia. Y esta batalla dura hasta que ambos bandos admiten su propia finitud, dándole la chance al juez, al comandante de ambos ejércitos, es decir, a nosotros mismos, de parar esta lucha absurda, guardar a las feroces y valientes huestes en la caja y esperar al próximo dilema para liberarlas, para que vuelvan a la batalla, con el único e inconsciente deseo de excusar nuestra incertidumbre en el coraje de ambos bandos en batalla.
Nunca sabremos con certeza si cada acto que comenzamos tiene una infinitud por delante, pero lo juraremos y perjuraremos una y otra vez, hasta el mas completo cansancio, para simbolizar un pacto con la muerte: Ilusión a cambio de no morir sin propósito. Y ese pacto trae acarreado una gran pena, no es necesario decir que es una gran farsa montada por uno mismo, sino que la pena es mas concretamente pagar la ilusión y la aparente euforia con desilusión y llanto, una vez que comprobamos que el pacto fue una farsa.

Ahora, y en base a eso, ¿Por qué nos esforzamos en recurrir una y otra vez a mismo sucio juego?. La respuesta es tan simple e insípida como la pregunta: A veces vale más una semana de ilusión que cuatro años de tristeza, a veces vale la pena la aparente alegría que es efímera aunque luego se prepare una tormenta lista para ahogar a las flores que nacieron a la luz de tan tibio sol ilusorio.  Y es que nos mentimos, mi querido lector, nos mentimos cuando decimos que alguien no mira al presente, nos mentimos cuando hablamos de vivir en el pasado, nos mentimos para no darnos cuenta de que es tan finita nuestra vida como nuestra ilusión o esperanza, nos estupidizamos luchando por futuros para no mirar, mas que de reojo, a nuestro presente, que nos advierte que todo tiene un final. Y es por eso que el pacto se seguirá sellando día tras día, noche tras noche, año tras año, en un vago intento humano para trazar lo que sería la línea de un posible futuro, para seguir las vías imaginarias de algún tren que nos llevará lejos, muy lejos, de nosotros mismos, es decir, de nuestro ahora. Porque ni tú, ni yo, ni él, seguiremos siendo los mismos: Así de efímero es el mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario