1 ago 2013

El Tic Tac Dicta

Otra noche de insomnio.

"Y grítame, grita miel, grítame vuelvo a mi cripta el tic tac dicta"

Vuelvo a reiterar un poco la bajeza de insomniarme por cuestiones pasadas, quizás excusándome en la pereza de mis ciclos de sueño desordenados, siempre encuentro a la noche como una aliada, y una gran enemiga. Será la soledad justificada lo que hace a la noche tan atractiva para gente como yo, y el odio hacia el día será porque no hay justificación para estos sentimientos que suelen azorar las mentes -porque no soy el único, es una de las pocas cosas en la que me encuentro seguro-.

La vida es una rueda, nada más que eso, un ir y venir de sensaciones que suelen repetirse conformando la experiencia, una especie de tributo que pagamos hacia nosotros mismos. Ese tributo, que parte de nuestro corazón con dolor, con desánimo, es "devuelto" en la vejez -si es que uno es lo suficientemente afortunado para llegar a ella- en forma de lo que Jean Paul Sartre mencionaría como "el derecho a la experiencia", el derecho que tiene todo hombre mayor de hacer valer su experiencia y ser tomado como sabio-. Me refugio pensando en eso mientras escribo este blog, iluminado por la pálida luz de la lámpara que refleja figuras monótonas, aburridas, sobre la pared blanca. Ese es el problema, las mismas figuras de siempre, los mismos sucesos, con posturas alteradas pero conservando la esencia que tenían anoche, cuando también disfruté de una velada de insomnio. ¿Cual es el sentido de vivir?, ¿Cual es el sentido de poseer algo y mañana perderlo?, ¿Cual es el sentido de llorar una pena, si mañana una victoria apagará la sed?. No hay sentidos, tan solo acciones, tan solo momentos, que se superponen formando la vida.
"¿La vida?, no es nada en especial" me decía un querido amigo, y cuanta razón tenía al afirmar esa frase noche tras noche. No hay sentido, no hay razón, solamente quedan recuerdos, recuerdos que años después recordaremos con alegría, intentando obviar o habiendo olvidado ese veneno que se expandió por nuestras venas en ese momento, que ya no existe, ni existirá. Ese momento que perecerá junto a los otros en una lejana playa, reposando hasta el momento de ser llamados desde su paradisíaca cripta, y entonces examinados por una mente que probablemente los había olvidado, o los había oculto.
No hay razón, no hay substancia, no hay ni siquiera un destino. Todo pasa porque pasa, no quiere decir que pasará una vez que haya dejado de pasar. La amistad, que tanto se arraiga a nuestro sentir cotidiano, que tantas promesas ofrece a cambio de nada, puede desvanecerse, al igual que el amor. Y no, no es pesimista, yo lo llamaría "alegremente realista", porque tal cual la amistad y el amor pueden -o no- ir y venir, pueden volver, y sellar los recuerdos pasados, intercambiándolos por algo que nadie sabe lo que será, lo que llegará a ser, o lo que recordaremos que fue.
Y por eso, al final uno se relega al empalagoso y final pensamiento de que el tiempo, ese enemigo mortal del hombre, es el que nos manipula, nos controla, nos da o nos quita, ese que decide cuando es tiempo de parar, o de seguir, cuando es tiempo de vivir, o de morir. Nunca está de nuestro lado, es ese enemigo que es tan invencible que ni siquiera vale la pena alzar la voz, es ese karma inexorable que transporta todo ser humano, que hoy, ayer y mañana, caminó, camina o caminará las oscuras calles de esta ciudad, cementerio de sueños, amiga del tenebroso tic-tac. Sin embargo, no es algo que podamos negar, ni relegar a segundo plano. Él nos controla, y así como nos controla, somos esclavos por culpa de la misma sociedad que pretende darnos un futuro, que vende ilusión y se deforma continuamente. No queda otra opción, es vivir por el tiempo, y no vivir con el tiempo.
Y encontraremos aliados, aliados que ayudarán, que intentarán vencer mediante el apoyo a esas sensaciones, que quizás no a toda hora, pero siempre tendrán un oído para escuchar. Y a pesar de que la amistad puede o no ser verdadera, puede o no durar, uno elije si creer o no. Y yo, elijo creer.

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