"Can I play with madness?,
the prophet stared at his crystal ball
Can I play with madness,
there's no vision there at all,
Can I play with madness?,
the prophet looked and he laughed at me,
Can I play with madness?,
he said you're blind too blind to se."
-Can I play with madness - Iron Maiden.
Momentos donde uno debe parafrasear una canción tan clásica como esta, que Iron Maiden parece haber fabricado para que hoy, casi 4 años luego de mi último posteo, sea deglutida por mi mente. Hoy estaba esmerado, mirando por televisión los desastres que arrasan los países olvidados por el señor de algunos, mirando la triste monotonía de las calles de Nueva York, o de Buenos Aires, o de París, o de donde sea. Allí, donde los hombres cual ganado se desplazan por las calles intentando no renunciar a la poca esperanza que les queda... Allí, donde los hombres saben que valen su vida, su única e irremplazable vida, en oro, y sin embargo no renuncian a luchar por sobrevivir.
A mi entender, este mundo es una locura. Podría embelesarlo con mil palabras hermosas, intrincadas y soberbias, pero todo redundaría en que la realidad, con el paso del tiempo, se vuelve cada vez mas perturbadora y agobiante. Lejos quedaron aquellos tiempos donde uno, presa de la inocencia sutil y de la sutil inocencia de la niñez/adolescencia, presumía entender y controlar cada punto de la red eterna de objetos y sentimientos que denominamos "vida". Lejos quedan aquellas esperanzas cuyo fin era asequible con tan solo remediar un par de entuertos y acertar un par de tiros en el centro de la diana. Ya nada queda tan cerca, pero quizás lo más perturbador es que ya nada queda tan lejos.
Seguro alguna vez, lector, se habrá puesto a pensar de niño que iba a ser cuando fuese grande. Seguro andaría, en aquellos tiempos, más preocupado por cuestiones escolares o familiares, o bien por jugar a algún juego infantil con sus compañeros de colegio, pero esa pregunta, tan interesante ahora, haría saltar algunas alarmas en su infantil cerebro, que no la revestiría de la importancia apodíctica que hoy en día muy seguramente le estemos dando a nuestro futuro.
Yo, le puedo asegurar, no me imaginaba como me imagino hoy. Si bien tampoco hice nada en mi vida que sea de peso suficiente como para aseverar que busqué cumplir mis sueños infantiles, tampoco me imaginé realizando las cosas que hoy en día realizo, ni ser uno más caminando por alguna ajetreada calle, de saco y corbata, transpirado e intentando prender un cigarrillo mientras espero, profundamente incordiado, que la cola avance para así atender a alguna entrevista de algún trabajo que, seguramente, no me volverá a llamar. Es como una especie de interesante regresión a la época donde las relaciones personales se basaban en la comunicación persona-persona vía teléfono, y al dar el número a determinada persona debías esperar a que se comunicara o jamás volverías a hablarle.
Y jamás llaman, eso es cierto. Y aquellos que llaman... bueno... no es necesario decir que ofrecen condiciones laborales que no "se encuentran" con mis sueños de jóven. ¿Qué?. ¿que hay que esperar?. ¿que se comienza desde abajo?, ¿que los años de intento traen sus recompensas?, si eso estaba pensando ahórrese sus condolencias o palabras emotivas, porque usted y sabemos que no es así como se maneja este mundo. Quizás en la mente de mi madre, o de algunos otros que, por desesperarse al detectar a alguna oveja desacarriada, se argumentan detrás de algunas nociones que, al día de hoy, no sé como pueden idear.
Y no digo que haya que rendirse, al contrario, lo ideal es expresar el valor humano a través del conocimiento y, luego y solo luego, el de la resiliencia que tanto caracteriza nuestra especie. No puedo resistir si no conozco los motivos, y descreo en la rara teoría que se inventa fundamentos para poder andar; no señor, yo necesito saber y ver lo mas claro de la realidad en el claro del bosque oscuro que la rodea. Fácil sería, quizás, resignarme y simplemente vivir.
Lo malo, y hay que admitirlo, de reflexionar tanto interior como exteriormente, es que uno pierde el empujón inicial de las ansias de conocimiento. El saber nos apaga, cual velas en medio de una tormenta de entendimientos que no podemos asimilar del todo, porque si lo hiciésemos... Si lo hiciésemos no podríamos vivir. Entender que nada tiene un real significado y que todo es un acto social y prefabricado es algo desconcertante, pues necesitamos, en cierta parte, ver en el mundo lo que nosotros necesitamos, y no lo que realmente sucede.
A mi forma de ver, hay dos maneras de ensoñar el pensamiento: Al más puro estilo Descartes, aquel que dice que el pensamiento nos salva de las garras de la ignonimia del facilismo, el pensamiento fabricado y la estupidez, o al más puro estilo noir-realista, que nos dicta que el pensamiento es un arma de doble filo: Por un lado, nos otorga la capacidad de entender el medio en el que vivimos y que, por otro, nos condena a estar siempre a la búsqueda del sentido real, la causa de lo que hacemos, decimos, comemos, pensamos, soñamos y esperamos. No es lo mismo mirar un partido de fútbol solo pensando en disfrutarlo, librándonos al placer terrenal y humano de la congregación, el aliento, la concentración de la esperanza en 90 minutos de juego, que mirarlo pensando y entendiendo que lo hacemos simplemente como un método de escape, una forma de desahogo a través de la identificación con las masas y la conducta agresiva. No es lo mismo hacer una fila para buscar una ocupación recalando en la esperanza de un futuro mejor y, por lo tanto, un mejor estátus, que hacerlo entendiendo cual es nuestro lugar en el mundo y que rol jugamos nosotros en el gran juego que los humanos inventamos a fuerza de estar indefensos en este mundo bastardo pero único.
Si proseguimos desglosando esto, llegamos a la conclusión de que el pensamiento es locura. El pensamiento no es que no logre traducir la vida humana lo suficiente como para que la disfrutemos, si no que nos envía una pulsión desesperante que nos dice que todo, o casi todo, es un juego; un juego muy serio, amenazante, y real.
A pesar de toda esta sarta de pensamientos que se podrían calificar de negativistas, elijo pensar. Elijo intentar entender, separándome de los lineamientos sociales y personales, y proponiendo siempre la explicación mas cuerda y realista que logre dilucidar. Es mi deber, como humano.
¿Deber como humano?, eso sonó bastante dramático, pero es cierto. Nuestra especie ha estado desde hace miles de años desfiándolo todo y reclamándolo todo, conquistando desde el mas tórrido desierto hasta el mas frío páramo, desde el mas fervoroso huracán hasta el más sutil de los asuntos. Mi deber para con todos aquellos quienes dieron su vida por pensar es simplemente seguir pensando, e intentando jugar con la locura hasta el día que me caiga muerto.
Después de tanto pensar, también llego a entender a aquellos que no quieren pensar.